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Por Eugenio Mateo
    Cuanto más sofisticados somos, más vulnerables nos volvemos. Viene a cuento esta reflexión si nos paramos a pensar en la feroz dependencia  de pequeños ingenios/accesorios que habiendo sido diseñados para procurar a los humanos de una vida confortable alentada por la tecnología, olvidan su teórico fin benefactor y acaban arruinando situaciones en las que nos jugamos incluso la propia existencia. Mucho que objetar a la ciencia y la tecnología que nos hacen creer en un mundo mejor porque detrás de cada deslumbrante hito existe una trampa, que algunos llaman periférica,  y que demuestra hasta qué punto nos hemos dejado atrapar por ella a pesar de todo.
    Los periféricos son todos aquellos ingenios sin los cuales el mejor invento no sirve para nada. El más importante quizá es la batería, que aporta energía a cualquier objeto eléctrico/electrónico para que funcione sin tener que llevar con nosotros la central de Andorra, lo que supondría una logística complicada (sin entrar en el debate sobre lo complicado o complejo, que nos podría explicar mucho mejor  nuestro compañero Paco Serón que es un científico humanista) amén de imposible. Dentro de las baterías, la familia de la telefonía móvil es uno de los mejores negocios de hoy en día.  Hace unos años –todavía guardo alguno- los móviles eran un simple “tam tam” por el que se tenía la capacidad de mentir para decir que llegarías tarde a casa por motivos de trabajo; pequeños, simples dentro de la revolución que supusieron en nuestras costumbres/conductas y que podías llevar en el bolsillo varios días sin tener que acudir al puesto de socorro del enchufe. Este accesorio de alimentación energética evolucionó hasta conceptos desconocidos para la mayoría: Niquel, Metal Hidruro, Cadmio, Ion Litio, Polímeros, que ofrecían tiempo, más tiempo de uso para el artilugio panacea de la nueva sociedad; en definitiva: mayor autonomía para escribir encíclicas en WhatsApp o en “feisbuk”, más capacidad de conexión para estar localizable y poder hablar en el autobús con las antípodas o para poder ejercer de reportero accidental y subirlo aYouTube. Pero, -ay, las trampas- los nuevos teléfonos celulares son la hipérbole de la sofisticación;  hacen tantas cosas que ya es imposible renunciar a ellos, de hecho, se ha tipificado a una nueva especie de mutantes de la raza humana que está desarrollando unos pulgares con vida propia y esto es sólo el principio, no se crean. Se demuestra que a más aplicaciones la batería dura menos y eso es un problema para los adictos del pantallazo en cualquier momento en detrimento del propio concepto de un mundo sin barreras.
    Nuestra servidumbre es tal que vamos como locos cuando se  agota la batería dejándonos colgados en mitad de una inscripción de matriculación en un curso de chino cantonés, pongo por ejemplo, o en una conversación con el juzgado que nos está avisando de que vienen a embargarnos por no pagar la luz. Bromas aparte, pues eso del embargo tiene muy poca gracia para quien le ocurre, la duración de las baterías no guarda ninguna relación con la sofisticada técnica de la ingeniería electrónica, siendo pues difícil de entender que artilugios de software de la guerra de las galaxias tengan un hardware tan limitado si no fuera porque el truco está en conseguir la obsolescencia casi inmediata de todos los nuevos desarrollos tecnológicos que hay que reponer en sus últimas versiones cumpliendo así con los mandamientos de un  consumismo que nos fagocita.
    Cíclopes con pies de barro y ojo pixelado que cambiaríamos nuestra alma en un momento dado por un cargador y su enchufe correspondiente; a eso hemos llegado, a depender de una conexión con lo intangible. No imagino al presidente de una superpotencia quedarse sin línea por falta de carga en el teléfono en una conversación a vida o muerte (de los demás) con el otro “baranda” de los contrarios, pero puede ocurrir. Tampoco imagino que esta causa sea excusa para callarse el destino de algunos fondos opacos porque esta incidencia temporal no exime del delito, pero por probar, se puede. Así de vulnerables nos hemos vuelto por cambiar el corazón por una batería sin efecto memoria que se agota irremediablemente cuando todavía las palabras no han dicho todo. Una pena, pero afortunadamente ya se anuncia el descubrimiento de una batería  que se carga en treinta segundos, el mismo tiempo que necesito para echar un último vistazo a la galería de imágenes que duermen en la memoria virtual antes de que vayan a parar al fondo de un mar sin fondo donde reposan los fósiles prematuros de la evolución sin libro de instrucciones.