lunes, 16 de diciembre de 2013

"PERDER EL TIEMPO" ARTÍCULO EN LA REVISTA LITERARIA AMISTAD 33 DEL CLUB 33

  La revista literaria AMISTAD 33 editada por  el prestigioso CLUB 33 de Zaragoza, publica en su número de Navidad  este artículo que quiero compartir con vosotros para desearos un 2014 lo más propicio posible.








PERDER EL TIEMPO

No sé a ustedes, pero a mí, cada otoño y como consecuencia cada invierno,  me producen una sensación que se repite de forma invariable en esta sucesión de fechas que algunos llaman vida. En el mero hecho cronológico estas estaciones son el fin del ciclo anual, tal cual, incluso notamos los cambios en el cuerpo, que es en definitiva el reloj exacto que mide nuestros achaques; pero aquello que atusa mis sentidos no tiene que ver ni con Cronos ni con Apolo, surge espontánea desde el oscuro rincón de la identidad, es una sensación de pérdida, aún de despilfarro, distinta a las que siento en primavera, en el verano; creo que se trata simplemente de temer estar perdiendo el tiempo.

Decía Shakespeare – Malgasté el tiempo,­ ahora el tiempo me malgasta a mí.

 Estoy seguro que mi sensación es común y que sólo soy un leve reflejo más del caleidoscopio humano, por tanto presumo que demasiadas sensaciones semejantes se embrollan tenazmente en los recovecos de otras neuronas. Para mí, perder el tiempo significa sobre todo renuncia de mis propias posibilidades sin menoscabo del propio despilfarro de la actividad vital, innecesario pero inherente; cuando alguien no maneja bien las posibilidades se expone al desahucio de las razones y por ende al fracaso. Renunciar a usarlas es la síntesis del ostracismo pero hacerlo es fácil, tan fácil como olvidar quien somos, y en esa sensación de la que tanto les vengo hablando, anidan sombras de mal agüero que se empeñan en empañar la foto de cualquier ficha de los voluntarios por un desayuno justo o de los cofrades de la fila de uno o de los testigos de las verdades a medias o de los justos de corazón que jamás verán a Dios… o ésa otra que se refleja en el espejo sin querer.

Sin ir más lejos, siempre quise tocar el saxofón, admito que nunca tuve posibilidades de ser Charlie “Bird” Parker pero por renunciar a ellas quizá el mundo se perdió un fenómeno. Malgasté mi tiempo en cosas vanas, como deducir, garabatear, fantasear; fuegos fatuos en definitiva. Me tenía que haber dedicado a ordenanza de ayuntamiento o pregonero, por no abandonar lo corporativo; otro gallo cantaría, habría sido el tiempo mejor aprovechado, cerca del poder, oliendo sus aromas, oyendo sus secretos. Quién sabe hasta donde hubiera escalado por aquello de las posibilidades…

Algún científico no cree en los biorritmos pero culpa de estos debe ser que la caída de la hoja nos altere. La estampa otoñal tiende a potenciar una peligrosa melancolía que lleva al inventario rápido de los haberes y cuando se recuerda que todo lo pasado no regresará jamás, las manos vacías quedan indefensas en el aire en un gesto pedigüeño a mitad camino de la impotencia y de la ignorancia. Ya ven que al final todo tiene causa. La dichosa sensación de perder el tiempo  está producida por trillones de fluidos cerebrales que invalidan mis carencias como propias.

 ¿Perder el tiempo? He tenido hijos, plantado algunos árboles, hasta he subido en globo e incluso escribí un libro ¿Qué más puedo pedir?

                             Mientras, repasaré otra vez los colores del ocaso
                             en busca de uno nuevo
                             y descubriré las ramas de los árboles desnudos
                             cuando tiemble la luz bajo el relente,
                             me bañaré en los ríos de nieve del invierno
                             para ensoñar con el tiempo que aún no he malgastado

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