martes, 19 de febrero de 2013

EL OCIO COMO PRETEXTO. Revista Crisis nº 2


El ocio como pretexto

Eugenio Mateo








 imagen cedida por Hilary Senhanli


38//Crisis. Revista de crítica cultural. N.º 02. Febrero 2013





"El hombre solo está

realmente ocioso cuando se aburre."


Un ocio bien disfrutado se cimenta sobre unas aficiones bien desarrolladas o lo que es lo mismo, para utilizar convenientemente el tiempo libre hay que saber administrarlo.

Nos llega en primer lugar la búsqueda de la auténtica definición de la palabra Ocio. En la antigua Grecia se le consideraba una herramienta de reflexión sobre la vida en su conjunto, así, para los griegos, estar ocioso significaba estar pensando. En la moderna sociedad de nuestro tiempo el Ocio se percibe como el paréntesis entre actividades como el trabajo, las tareas familiares o sociales; obligaciones en definitiva que necesitan de desconexión para evitar un desgaste emocional peligroso. Tener tiempo libre es el escape por el que pasa el propio enriquecimiento como individuo a través del descanso o de la diversión y sobre todo para relacionarse con los demás en condiciones de igualdad, ayudando así al desarrollo de la información y/o de la formación.

Al amparo de las 
famosas reglas de mercado y
del abandono del propio erial fueron surgiendo consignas
contrarias a la inteligencia que buscan beneficios al 
socaire del pretexto que subvierte el concepto de ocio
en consumo".


Hay una frase anónima que dice que el ocio es la madre de todos los vicios. Supongo que el anonimato es simplemente el sentimiento de vergüenza del autor,  sabedor de la enorme barbaridad que muestra su significado. Puede ser frase de púlpito o de arenga; desde luego nada edificante en relación a los intereses que se ocultan tras ella y que condenan al preclaro autor a la galería gloriosa de los imbéciles.

Quizá uno de los efectos de la saludable evolución de la sociedad haya sido desterrar anacronismos como el mencionado. Quizá, la definición de modernidad se sustenta sobre la capacidad del Hombre a elegir una vida más rica pero más compleja. Quizá nos  engañamos con el efecto real que se obtiene de un ocio consentido. No hay que perder de vista  que su práctica es un ejercicio voluntario al que las circunstancias imperantes se han propuesto convertir en un ejercicio de ocio inducido y a las pruebas me remito.

Empezaba esta reflexión diciendo que para aprovechar el ocio se necesita de la educación de las aficiones. Ambos conceptos etimológicos están intrínsicamente unidos, de manera que el uno sin el otro no tienen sentido alguno o lo que es peor, se podría decir que el hombre sólo está realmente ocioso cuando se aburre. La abulia es una rata que roe el esqueleto hasta el total derrumbe y el aburrimiento es la peor señal de estar perdido. No obstante, ambos son fluidos del córtex y por tanto forman parte de nuestro acerbo antropológico. Cambiar conductas es complejo y caro, como lo es educar en todas sus acepciones y al amparo de las famosas reglas de mercado y del abandono del propio erial fueron surgiendo consignas contrarias a la inteligencia que buscan beneficios al socaire del pretexto que subvierte el concepto de ocio en consumo. Entre sus logros figura el cambio semántico o lo que es lo mismo, borrar su identidad para sepultarla en una amalgama de intereses de grandes corporaciones que siempre han practicado el negotium.


"Los anzuelos de las 
tendencias se lanzaron ya

hace tiempo al agua revuelta 
de nuestras miserias y

picando y picando hemos 
conseguido pagar hasta por

cansarnos."


 Con el pretexto de ofrecer esparcimiento han convertido al skholé griego y al otium romano en ocio capitalista generando necesidades que han de pagarse y cerrando el círculo vicioso de la producción: trabaja para consumir y consume para tener que trabajar. Obviamente  todas estas desgracias afectan a cualquier actividad de nuestras vidas pero aplicadas a la práctica del ocio cobran un especial valor en lo que  significa constatar que estar ocioso es muy caro. Setenta y dos mil millones de euros tienen la culpa. Cifra demasiado abultada como para ser ignorada por los mercaderes que no dudan de aprovecharse de todas, absolutamente todas, nuestras necesidades para, poniéndoles precio, convertirnos en meros sujetos pasivos de su rapiña. El ocio lúdico en cada una de sus variantes, lleva etiqueta. No es lo mismo sudar a pecho descubierto que hacerlo arrebujado por un marca, como tampoco es lo mismo vestir de diario o de casual. Los anzuelos de las tendencias se lanzaron ya hace tiempo al agua revuelta de nuestras miserias y picando y picando hemos conseguido pagar hasta por cansarnos, el más claro de los exponentes del sinsentido, toda vez que antes se cobraba por trabajar, que es lo que más nos cansa, en su sentido literal de labor-esfuerzo. La libre economía se sacó de la manga, otra vez, la eterna lucha de clases: ocio para ricos y ocio para pobres, porque es manifiesto que aunque esta circunstancia se prolonga desde el principio de las civilizaciones,  nunca hasta ahora las reglas fueron tan sibilinas al inculcarnos el culto del tiempo libre como placebo que reduce la sensación de ser un mero productor a la deriva. Con renta escasa se obtiene un ocio de galería comercial. Con buena bolsa, la gran parafernalia espera. ¿Alors cela a-t-il?

Como diría el sabio: ha llegado la hora del regreso a casa. Volver a recorrer los pasillos polvorientos de nuestras referencias y enfrentarnos al espejo cristalino del horizonte. Abrir las ventanas de los significados y querer huir sin dar un paso. Soñar que sigues vivo y despertar de nuevo inocente y único. Ignorar, aceptar, comprender, conocer. Ser un ocioso anónimo carente de pretextos.


                                               Crisis. Revista de crítica cultural. N.º 02. Febrero 2013 // 39 





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